Ramoncín: Camarada del cuero y el tiempo

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Pareciera que Ramoncín tiene un trato escabroso con el tiempo, quien no le ha tocado ni un cabello desde hace décadas mientras sus compañeros de camada -esos que el rock & roll acaricia con tosquedad- no hacen más que acumular arrugas.

Esta noche, el madrileño aparece por vez primera ante sus fans mexicanos como si el calendario jamás hubiera ido más allá de 1984, cuando el cantante se anunciaba “Al límite“, como todo un “Ángel de cuero“. Y tal como sucede con su chamarra de piel, el ánimo permanece intacto; apenas aparece en el escenario se lleva las manos a la nuca sonriente, tras interpretar “Como un susurro“, incrédulo ante el grado de idolatría que percibe.

Tenemos mucho concierto por delante, porque traigo verdaderas ganas de estar aquí y también vengo con muchas canciones“; una promesa así es lo que podría esperarse de un sujeto que desde 1977 ha forjado un historial que no sólo abarca álbumes y conciertos, sino que también alcanza los campos actorales, televisivos e, incluso, burocráticos. En ese carril, ser miembro de la junta directiva de la Sociedad General de Autores y Editores le trajo unos cuantos enemigos, sin embargo sus canciones han sido más poderosas que aquellos intentos suyos por detener a quienes descargan música sin pagar un quinto.

Desde su arranque en Ramoncín y WC? hasta sus mejores logros de solista en discos como Barriobajero y Ramoncinco, el español ha rebasado toda clase de movidas hasta aterrizar en este foro, donde se muestra sofocado cada vez que sus rodillas tocan el suelo y sus pulmones se exprimen ante las exigencias de la armónica; sin embargo, las palmas de su público le ofrecen el combustible necesario para continuar.
Con “Hormigón, mujeres y alcohol” se deja atrás un “sendero trazado con sangre, lágrimas y soledad“. Y también es ahí -en esos compases, donde el espíritu etílico otorga la valentía suficiente para despedirse- que el autor comete el error de citar a su público en el camerino, lo que pone en aprietos a los miembros de seguridad.

Aún hambrientos de hits, los asistentes recurren al abucheo con tal de que su ídolo regrese al escenario, pero no hay éxito en su empresa. La realidad es que aunque tuvieran lugar seis encores más nunca quedarían satisfechos porque, han sido tantos años de espera que difícilmente podrían darse por servidos. En medio de la tensión, el Lunario se va quedando vacío. Permanece, como postal del apasionado encuentro, las palabras de un cartel que el propio cantautor colocó encima de su amplificador, cuando lo recibió de manos de una chica desesperada: Ramoncín, gracias por venir a México.

Artículo extraído de Bitácora del Auditorio