Un gusano en la Gran Manzana: Ramoncín y la caza de brujas

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No soy objetivo, y sí radicalmente subjetivo, porque busco, llamo, pregunto y no encuentro a los colegas de Ramoncín, todos con el Twitter torcido o silenciado, haciéndose un Harpo, marxistas de vía muda, pues ya sabemos lo sumisos que son muchos de nuestros héroes cuando toca lidiar con el respetable y sus jaurías”

Estoy lejos, pero no tanto. Con internet la distancia es una cuestión inane. Basta un click para abrir letrinas. Pocas peores que las dedicadas a Ramoncín tras la petición de la Fiscalía Anticorrupción de cuatro años y diez meses de cárcel por, supuestamente, haber cobrado de forma irregular 57.402 euros. La mano en el fuego no la pongo por nadie, que el fuego quema, pero recuerdo el asalto a la SGAE, en plan “Juego de tronos”, a mí los Siete Reinos y dragones. Cómo aquello desplazó la habitual modorra informativa hasta quedar, de momento, en raspas. Y leo el tratamiento informativo que dedican a Ramoncín distintos medios. Sus líos. Sus polémicas. Unos cuantos vídeos. El texto de un par de becarios. Y barra libre, botellón y garrafa, para que el personal descorche venenos. Amparado en el anonimato, claro, que el gentío sería menos príncipe valiente si tuviera luego que responder por sus chistes. Los adjetivos con firma y los duelos de frente, jugándote el cuero, la hacienda y el nombre. El resto es deporte de verdugos, aquelarre de gusanos.

No soy objetivo, claro: he tenido el privilegio de que Warner me pidiera un texto para la reedición de “Arañando la ciudad”. No soy objetivo, cómo iba serlo, cuando entre las cosas que pasan a diario figura como menú principal el hostigamiento inclemente de uno de los grandes rockeros que ha dado España. No voy de tibio, no puedo, mientras la gente descuartiza a un artista soberbio y hace Nocilla con sus vísceras. Estaría igual de asqueado si los citados discos me parecieran una mierda: el respeto que merece el prójimo no es directamente proporcional a cómo valoremos sus canciones. O ideas. O artículos. No soy ecuánime, no quiero, mientras los principales periódicos, untados por las empresas de telecomunicaciones, jalean la caza de quien más atacó la piratería y denunció el hundimiento de nuestro entramado cultural, liquidado en nombre de unos presupuestos entre adánicos y reaccionarios. La cultura pa’l pueblo, decían, y aplaudíamos desde el balcón mientras cerraban disqueras, revistas, radios y salas de conciertos.

No soy ponderado, lamentaría serlo, porque Vázquez Montalbán ya avisaba contra el (in)justo término medio en según qué movidas, y hay que poner los morros, decir lo que piensas, condenar al que lincha, las cazas de brujas, las hogueras góticas y las inquisiciones. En España, reino de barberos y cuchillos, ponemos nombre galante, opinión pública, etc., al morbo por fusilar vecinos. No soy objetivo, y sí radicalmente subjetivo, porque busco, llamo, pregunto y no encuentro a los colegas de Ramoncín, todos con el Twitter torcido o silenciado, haciéndose un Harpo, marxistas de vía muda, pues ya sabemos lo sumisos que son muchos de nuestros héroes cuando toca lidiar con el respetable y sus jaurías. No soy objetivo, o sí, o al menos decente, si me repugnan las arengas desde los púlpitos, los gritos de guerra sucia, la pasión contra el disidente, ese embromar al rebelde, desahuciar al hereje, afeitar al heterodoxo y reírse del otro hasta cosificarlo y hacernos jabón con sus huevos. Desde Nueva York, a orillas del East River, tenía que escribir lo mucho que avergüenzan estas costumbres nuestras, empecinados en que la historia de España mantenga las embutidas cualidades que denunció el poeta, aquello de la morcilla, que sabe a sangre y repite.

Por no desviarnos del tema, me pregunto qué haríamos los españolitos con una figura tan cojonera y picante como Neil Young, que acaba de presentar nuevo disco. Uno en el que ataca a Monsanto y Starbucks. Fijo que en los callejones digitales y en no pocos diarios nos poníamos refraneros y recordábamos con pellizcos de monja que tiene dinero, mucho, y encima vive de su arte, y triunfó, y por lo tanto merece la guillotina, que a ver qué se ha creído, otro artista millonario, y encima querrá que le compre sus discos, otro que vive del cuento, y así.

Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO

Artículo extraído de Revista EFEEME