Ramoncín es como si saliera en son de pelea, cada noche, contra cualquier poema que le desafíe. En defensa de los débiles y de las damas de la noche, contra los porteros y las sombras, que a veces resulta ser la suya propia. En la noche, todos los pollos son pardos.
La poesía, aun la poesía de la experiencia, siente una cierta tendencia hacia el concierto del cielo con la tierra. Pues bien, aquí tenemos una poesía rabiosamente urbana, descaradamente callejera. Auténticamente de la experiencia, con el testimonio de las propias heridas recibidas en combate: la ley del barrio, generosidad y patada en el culo.
La música de las peleas callejeras la produce el concierto de palos, piedras y hierros. Nadie separa a estos contendientes, pero tampoco hay vencedores o vencidos. El mayor placer es contarlo. Así es la ley de la calle. Los versos, estos, no se complacen en la marginación, pero saben cantarla en el tono que le es propio.
La adecuación de la forma y el fondo, la eterna cuestión, se resuelve aquí con la sencillez de lo auténtico: la voz sabe de lo que habla. Ramón Márquez tiene una excelente voz única para la poesía, quizá porque también posee buen oído para las diferentes voces de la ciudad. Ninguna consumación, ni solución, ni juicio —de faltas— aparece en las canciones y poemas del chaval del barrio.
El chaval, treinta años más tarde, aparece tan peleón y arrabalero como siempre; su escritura suburbial sigue teniendo el sabor del penúltimo cubata de la noche.
MANUEL GUTIÉRREZ ARAGÓN
(Escritor y director de cine)
Páginas: 304
Año de Edición: 2010
Editorial: SIAL
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